lunes, 11 de octubre de 2021

... Continuación ... Los miedos

EL MIEDO QUE PARALIZA

Jn 5, 1-9

 5:1 Después de esto, se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.
5:2 Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betsaida, que tiene cinco pórticos.
5:3 Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, lisiados y paralíticos, que esperaban la agitación del agua.
5:5 Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años.
5:6 Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: "¿Quieres curarte?"
5:7 Él respondió: "Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes".
5:8 Jesús le dijo: "Levántate, toma tu camilla y camina".
5:9 En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar. Era un sábado.

 

Jesús sana la raíz de los problemas pues ve en lo profundo del corazón de las personas. En este pasaje Jesús le exige al enfermo entrar en contacto con su propia voluntad al preguntarle ¿quieres sanarte? Analicemos con detenimiento esta pregunta. Hoy en día los psicólogos hablan de “placer secundario” cuando descubren que ciertas personas en realidad no quieren sanarse, pues “obtienen beneficios” de la propia enfermedad. Por supuesto esto es una trampa en la que ha caído esa persona y hay que ayudarla a que lo vea. Los beneficios pueden ser que el hecho de vivir lamentándose la lleva a la persona a una situación de comodidad en la que hasta experimenta el placer de llamar la atención, de ser escuchada, de tener a todos en vilo. Si se sanara, ya no tendría quién la escuche o le haga caso. Se evade así de la responsabilidad de asumir su propia vida. No quiere sanarse porque “perdería”, según su visión equivocada y distorsionada de la realidad, esas ventajas. 

En otra parte del texto vemos que el enfermo se queja de los demás que no quieren acercarlo a la pileta y de esa forma no puede curarse. Jesús no se deja manipular y confronta al enfermo con su propia fuerza. No acepta lamentos por parte del paralítico sino que le ordena ponerse de pie. Le quita la ilusión de pensar que los demás son los culpables de su enfermedad. Por eso lo increpa con la frase cortante “Levántate, toma tu camilla y camina” En medio de su debilidad, su parálisis e inseguridades,  el enfermo debe levantarse por sí mismo y no debe dejarse encadenar más por su camilla que representa sus bloqueos. Debe reconciliarse con sus bloqueos. Debe hacerle frente a sus debilidades, parálisis e inseguridades y debe llevarlos debajo de su brazo.  Sólo así ve Jesús que este hombre será capaz de recorrer su propio camino: reconciliándose con sus bloqueos, sus debilidades, sus inseguridades. El enfermo debe primeramente asumir su responsabilidad y cuidarse. Levantarnos en medio de nuestras inseguridades es el camino más saludable. Tratar con nuestras angustias, no reprimirlas para no dejarnos paralizar por ellas. Demostremos que somos Hijos de Dios, que somos libres, que confiamos en El, que tenemos fe, que queremos salir a flote, que queremos curarnos, ser felices, que nos sentimos dignos de ello, que nos lo merecemos. Merecemos estar bien, caminar  erguidos y con dignidad frente a cualquier embate de la vida. La vida no consiste en no tener enfermedades o conflictos sino que saber vivir, recordemos, consiste en adaptarme y adoptar los medios que Dios me ha dado y ponerlos en práctica para superarme todos los días. No tengo que esperar a hacerlo cuando mi angustia esté curada. Tengo que hacerlo YA. Debo levantarme y recorrer mi camino.

 

He aquí también el objetivo del acompañamiento espiritual. Muchos quieren ser liberados de los síntomas desagradables como la inhibición, el temblor, el rubor o la inseguridad, lo que hoy se conoce como "fobia social". 

Pero el objetivo no es que todos los síntomas de la enfermedad desaparezcan, sino que sepamos tratar de otra manera con la angustia, el temor que me paraliza, con la inseguridad o las inhibiciones. En este caso, debo saber ponerlas debajo del brazo y caminar entre la multitud, en mi vida cotidiana. Paulatinamente, veré cómo la angustia, el temor, la ansiedad se van a ir aplacando porque habré aprendido a no dejarme encadenar por ellas. He aprendido a mirarlos de frente y hasta se han convertido en mis amigos.

Con frecuencia esos miedos que nos bloquean tienen que ver con el miedo a no lograr la aprobación de los demás pues tengo miedo a cometer un error, tenemos miedo del juicio de los demás, al ridículo. Tenemos tan baja nuestra autoestima que nos calificamos en función de la opinión ajena. Le doy así poder a la opinión de los demás. Los demás y sus opiniones rigen mi vida. Debo tomar conciencia de que no estoy conmigo cuando me dejo guiar por un sentimiento así, sino que estoy en los demás, en sus pensamientos y en sus palabras. Si hablan de mí negativamente, me desmorono y si hablan en forma positiva, se me levanta el ánimo.  Muchas personas no se animan a hablar en forma directa de sus problemas con las personas que se los ocasionan inclusive planteando qué debiera cambiar en un grupo, o comunidad o en su empleo, procurándose de esa forma constantes disgustos trabajando en ambientes insanos. Tienen miedo de qué podrán decir los demás si me quejo. Me van a llamar “persona complicada”, “el problema es tuyo”, “tenés problemas con todos” o tal vez digan “es un buchón”. Para evitar estos reproches, viven un verdadero infierno aguantando malos tratos y abusos y por lo tanto viven en constante angustia. El juicio imaginado de los otros es tan fuerte para él/ella, que le impide dar los pasos que en realidad serían los necesarios. Ojo que todo va al cuerpo: en forma de dolores de cabeza, palpitaciones, falta de apetito, insomnio, mala digestión de los alimentos, problemas respiratorios, cardiovasculares, entre otros y aún más graves como el cáncer o la depresión. 

Si me doy permiso para cometer errores, el problema se relativiza y ya no representa un drama para mí. Puedo hablar libremente de mis sentimientos con quien sea. Ejerzo la verdadera libertad de los hijos de Dios. No me defino en función de lo que los demás puedan opinar o decir de mí, sea esto bueno o malo, sino que me defino en función de Dios. Estoy en las manos de Dios. Trataré de hablar amablemente siempre que me lo permitan, si no, emplearé LA SANTA IRA.

En otro pasaje bíblico Mateo 9, 2, Jesús actúa de otra manera con un enfermo de parálisis. El texto dice así:

“Después de esto, Jesús subió a una barca y cruzó al otro lado del lago para llegar al pueblo de Cafarnaúm, donde vivía. Allí, algunas personas le llevaron a un hombre acostado en una camilla, pues no podía caminar. Al ver Jesús que estas personas confiaban en él, le dijo al hombre: « ¡Ánimo, amigo! Te perdono tus pecados.» 

En primera instancia no lo cura, sino que primero le concede el perdón de los pecados. Es evidente que ve que su parálisis no es puramente física, sino que proviene de una actitud interior, que es la actitud del pecado. En este caso el pecado de este hombre no es la trasgresión de algún mandamiento sino la negación de la vida. Jesús no reprocha al paralítico, sino que le concede el perdón de Dios, lo libera de la opresión que le ocasiona el sentimiento de culpa.

¿Cuánto hace que no te confesás? ¿Sabés que el Sacramento de la Reconciliación es verdaderamente milagroso? 

Con esto Jesús-Dios, demuestra al ser humano que lo acepta tal como es, también con su negación y su rechazo por la vida. Perdonando sus pecados, le hace experimentar que tiene derecho a ese amor incondicional y así esa experiencia lo librará de su parálisis. Los psicólogos conductistas van  a utilizar algunos ejercicios por ejemplo para las personas que no pueden hablar en público, le harán leer algún pasaje, o hablar de algún tema. Esto puede ayudar, pero, en última instancia, la curación debe comenzar más profundamente. Debe calmar el miedo al juicio de los demás, ubicado en lo profundo del alma humana y esto solamente se logra si somos concientes del amor incondicional de Dios. El perdón que Jesús concede al paralítico radica en la aceptación del enfermo tal como es. Jesús no es el médico que empieza a tratar de solucionar exclusivamente los problemas físicos de la persona humana sino que como El conoce el alma de los hombres como nadie, se dirige precisamente en primer lugar a nuestra alma enferma, a nuestra actitud interior, que conduce a la enfermedad del cuerpo y de la mente. 

Una persona solía transpirar mucho cuando tenía que hablar en público. Decidió tomar el toro por las astas y salir igual, transpirando, convencido de que eso también es él, es su manera de ser. Una vez que lo aceptó dejó de ser un problema su transpiración. Muy rara vez lo molesta. Cuando aparece la mira con afecto y ésta pierde su poder  y ya no lo paraliza. Así como este ejemplo podríamos tal vez buscar en nuestro interior, cuál es ese bloqueo o trampa que me he fabricado y cómo tratar con él/ella a partir de lo que he aprendido hoy.

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