Es importante tener presente también este otro concepto: En su muerte Cristo llena el mundo entero de su Espíritu y con ello lo hace permeable a Dios, es decir está confirmado que Cristo ha muerto por todos los seres humanos. La situación en la que ellos han nacido está impregnada de la muerte y la resurrección de Cristo, sin importar si las personas lo saben o no. En la muerte esto se les revelará; de este modo, al fallecer, Cristo será PARA TODAS LAS PERSONAS (de todas las razas y credos), el camino hacia el Padre. Todo ser humano SIEMPRE TIENE QUE VER CON CRISTO, lo sepa, lo reconozca o no. Juan en 14, 6 nos dice “NADIE VA AL PADRE SINO POR MI”. Esto no se debe interpretar de un modo excluyente, como si se dijera: los que no creen en Cristo no van al Padre. En la muerte toda persona reconocerá que su vida ha sido una incesante búsqueda de Cristo y llegará al Padre a través de Cristo aunque en su vida lo haya negado. En la muerte reconocerá a Cristo como aquél que satisface todos sus anhelos de vida y de amor. Esta palabra de Juan debe entenderse como una promesa de que en la muerte Jesús será el camino hacia el Padre PARA TODO EL QUE HAYA VIVIDO DE ACUERDO CON SU CONCIENCIA.
Toda persona encontrará algún día a Dios y al Resucitado cara a cara, incluso cuando durante su existencia terrenal no haya sabido nada de ellos. Por un instante todos tendrán la oportunidad de hacerse cristianos y de decidirse por Dios y por Cristo. Esto es válido no sólo para los paganos, sino también para los discapacitados mentales, que no hayan podido sobrepasar el umbral de la conciencia y de la libertad. Incluso para los miles y millones que murieron antes de venir al mundo, ya fuera por causas naturales o por los incontables abortos. ¿Se dan cuenta de la grandiosidad de Dios? ¿De lo ilimitado de su amor? ¿De la esperanza a la que estamos llamados todos?
Hablemos ahora sobre nuestra relación con los difuntos, con aquéllos que nos han precedido. Por la fe confiamos en que los difuntos han encontrado en Dios la paz consigo mismos y la reconciliación con su historia fragmentaria. Entonces, ya que sabemos que se han reconciliado, no nos pueden reprochar si nos ha quedado alguna cuenta pendiente con ellos. Por eso no tenemos que tenerles miedo. En el amor de Dios, los difuntos tienen un corazón más grande que el que tenían acá porque han experimentado la reconciliación con Dios, consigo mismos y con todos aquellos contra quienes cometieron injusticia. Esto es válido también para nuestros padres difuntos: desde Dios, nuestro papá de la tierra que ya haya partido puede seguir respaldándonos y nuestra madre nos dará la imagen de la protección y del amor que nos regala Dios.
Como cristianos no tenemos que temerle a los seres queridos o antepasados que han muerto; tampoco debemos hacerles sacrificios para asegurar su apoyo. Los difuntos no necesitan de nuestros sacrificios así como tampoco Dios los necesita. Tenemos que confiar en que nuestros seres queridos difuntos están con Dios. Orar por ellos es bueno porque quiere decir que siguen siendo importantes para nosotros, que no los hemos olvidado y también podemos pedirles que nos acompañen y nos apoyen en nuestro camino. Podemos pedirles que intercedan ante Dios por nosotros para que Él nos de un poco de la fuerza y de la sabiduría que ellos ya disfrutan, con el fin de que, a semejanza de ellos, podamos hoy nosotros manejar nuestra vida.
Sin embargo hay muchos cristianos que
todavía están llenos de rabia contra su padre, su madre, su hermano, su bisabuela,
su abuelo etc. ya fallecidos, porque les causaron mucho daño. En estos casos la
misa de aniversario (mensual o anual) puede ser un buen medio para llegar a la
reconciliación nuestra con el difunto pues en tanto no estemos reconciliados
con los que nos han lastimado, seguimos atados a ellos. Recordemos repasar el
tema del perdón. El que no perdona está atado. En ese estado de no reconciliación,
aflora, en el fondo del alma, el miedo de que el difunto todavía tenga una
influencia negativa. Esos son los miedos a los espíritus de los muertos; no se
trata en estos casos de un pensamiento mágico sino de la expresión de
conflictos que todavía no se han superado .
La psicología sabe que el éxito de nuestra vida depende también de que nos reconciliemos con los muertos y les perdonemos las ofensas que nos han hecho. La oración por los difuntos y la celebración de la Eucaristía por ellos, pueden disolver los miedos a la influencia negativa de los muertos sobre nosotros y reconciliarnos con nuestras propias heridas. No olvidemos de frecuentar la Eucaristía que tiene el poder enorme de transformar y de sanar nuestras heridas. En cada Eucaristía celebramos la comunión de los vivos y los muertos. Todo el cielo está presente en el altar en cada Misa, junto a nosotros. En la Eucaristía comemos y bebemos el cuerpo y la sangre de Cristo resucitado. Si creemos en la resurrección de Cristo y en que es el Hijo de Dios vivo, no podemos dudar de que nuestros seres queridos están con Él.
Por otra parte, también se da el caso de
que muchos cristianos guardan muchos sentimientos de culpa hacia los difuntos
porque no siempre fueron buenos con ellos, porque en el momento de la muerte
los dejaron solos o porque les dijeron cosas que los hirieron. Es importante
que tengamos presente que Dios nos ha perdonado todas nuestras culpas o faltas
y que los difuntos a través de Cristo también se han reconciliado con Dios y
con nosotros. Pero se necesita ofrecer en la oración todos esos sentimientos de
culpa con la mirada puesta en los difuntos y convencidos de que, con la
confianza en el amor de Dios que todo lo perdona, se disolverán tales
sentimientos negativos de culpabilidad. Existe una unión entre vivos y muertos
que trasciende el tiempo y el espacio, gracias a la Resurrección del Señor.
Antes de resucitar, Cristo desciende al reino de los muertos y toma de la mano a los difuntos para hacerlos partícipes de su Resurrección. De este modo, los cristianos también podemos confiar en que Cristo tiene una relación íntima con los difuntos, aunque no hayan sido cristianos, pues con su muerte en la cruz, Cristo tocó a todos los seres humanos con su amor redentor. Es así como también los difuntos son recibidos en la comunión con Cristo.
El poder creador de Dios es más fuerte que
la muerte. Si entendemos y creemos esto, nuestros miedos a las influencias
negativas de los espíritus de nuestros difuntos, es sencillamente ridículo.
Quiero sin embargo, invitarlos a cuidarse de todas las personas que comercian con la necesidad y el miedo de la gente que ignora estas verdades del cristianismo. No se metan en temas que no dominen pues entrometerse en el estado de algunos difuntos que tal vez todavía no han purificado sus faltas, y pretender hablar con ellos como hacen los espiritistas u otros cultos, puede resultar en un juego muy peligroso que no tiene nada que ver con Dios. Confiemos en lo que nos dicen los Padres de la Iglesia y no mezclemos estas grandes enseñanzas con la de algunos trasnochados que insisto, caminan por muy mal camino. Y ustedes me dirán ah entonces los difuntos pueden influir negativamente. Pues yo les digo que NO. Pero el que sí puede influir negativamente cuando yo meto las manos en donde no debo, es el maligno que hasta es capaz de crear imágenes y hablar como si fuera un difunto que se comunica con sus seres queridos. Ojo, el maligno no triunfa jamás, pero no perdamos el tiempo, rindiéndole culto, un culto que sale muy caro en pesos y en salud mental.
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