lunes, 1 de diciembre de 2025

... Resucitó ...

A veces solemos olvidar que la experiencia pascual ha sido fundamentalmente una experiencia de perdón.

Los discípulos son conscientes de su pecado: han negado al Maestro y lo han abandonado. La tristeza de estos hombres no es sólo la de quien ha perdido al Maestro admirado o al amigo querido, es la tristeza del culpable.

Lo primero que se les regala a los discípulos en la experiencia pascual, es la paz, el perdón y la amistad renovada con el Resucitado. Una y otra vez Jesús los saluda diciendo "La paz con vosotros" (Lc 24, 36; Jn 20, 19.21). Jamás les reprocha su negación ni su abandono.

 Pikaza: Se vacían en Occidente las iglesias; muchos parecen cansados y se  van, como estos dos de Emaús"

Esa es precisamente la experiencia pascual que estamos necesitando: espacios en los que podamos confesar nuestros pecados y reconocer a Cristo como amigo de pecadores, capaz de pacificar nuestra existencia y poner reconciliación en lo más íntimo de nuestro ser.

Es en el interior de esa experiencia de perdón donde nosotros podemos experimentar hoy a Cristo como Resucitado, como alguien que vive y da vida. El perdón es "Resucitador".

Por otra parte, el encuentro con Cristo resucitado es también un acontecimiento que transforma a los discípulos. Una experiencia de conversión y cambio profundo en su existencia.

La ruptura con Jesús no ha sido definitiva. El seguimiento no termina en fracaso. Jesús les ofrece de nuevo su amistad y su vida entera queda transformada. 

La experiencia pascual es una gracia de conversión a Jesús como Cristo y Señor. Los que lo habían abandonado, se confían de nuevo a Él como Señor y Salvador (Jn 20, 28). Los que se habían dispersado se reúnen otra vez en su nombre (Lc. 24, 33). Los que se resistían a aceptar su mensaje comienzan ahora a proclamarlo con total convicción  (Hch 2, 14-36; 3, 12-26, etc.). Los que paralizados por la cobardía, habían sido incapaces de seguirle en el momento de la cruz, arriesgan ahora sus vidas por la causa del Crucificado.

Es particularmente significativo el caso de Saulo de Tarso: el encuentro con Cristo Resucitado lo convertirá de perseguidor de las comunidades cristianas, en testigo y predicador de la Buena Noticia de Cristo (Gál 1, 23; Flp 3, 5-14; 1 Cor 15, 9-10).

 La conversión de San Pablo Apóstol - Fiesta Enero 25

No hay experiencia pascual sin conversión. El encuentro con el Resucitado acontece precisamente en ese abrirnos a una nueva posibilidad de vida. Cuando preferimos seguir viviendo sin esa interioridad,  cerrados a toda nueva llamada, sin despertar en nosotros nuevas responsabilidades, indiferentes a todo lo que pueda interpelar nuestras vidas, empeñados en asegurar nuestra pequeña felicidad por los caminos egoístas de siempre, ahí no hay espacio para la experiencia pascual.

Esa conversión pascual que viven los discípulos no consiste en corregir un aspecto de su vida, o una postura equivocada o un comportamiento desviado. No es eso. Sino que es una reorientación de toda su persona a Cristo Resucitado. Una conversión a Cristo como fuente única de vida y salvación. No se trata pues de esforzarnos antes que nada en hacerlo todo mejor de ahora en adelante, sino de abrirnos a ese Dios que se nos revela en Cristo como nuestro Salvador y que nos quiere mejores y más humanos. No se trata de "hacernos buenas personas", sino de volvernos a Aquél que es Bueno con nosotros.

A los discípulos el Señor les hace una Segunda Llamada, a nosotros también. Esta segunda llamada puede ser más importante que la primera pues viene a resucitar nuestra vocación.

Los roces de la vida y nuestra propia mediocridad nos van desgastando día a día. Aquél ideal que veíamos con tanta claridad parece haberse oscurecido. Tal vez seguimos caminando pero la vida se nos hace cada vez más dura y pesada. Seguimos "cumpliendo nuestras obligaciones", pero en el fondo sabemos que algo ha muerto en nosotros. La vocación primera parece apagarse.

Es precisamente en ese momento cuando debemos experimentar esa segunda llamada que puede devolver el sentido y el gozo a nuestra vida. Dios comienza siempre de nuevo. Cristo nos puede resucitar.

La escucha de esta segunda llamada es ahora más humilde y realista. Conocemos nuestras posibilidades y nuestras limitaciones. Sabemos lo que es el desaliento y la tentación de abandono y la huida. No podemos contar sólo con nuestras fuerzas. Tenemos que desprendernos de nosotros mismos para confiar más en Dios. Es el momento de repetir la experiencia de Pedro cuando le dice a Jesús: "Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amo" (Jn 21, 17). 

 El discípulo que escucha - Somos Vicencianos

No hay comentarios :

Publicar un comentario