Con el corazón desgarrado por la pérdida permaneció horas con la mirada
vacía como no sabiendo adónde estaba ni quién era.
Se hacía difícil contener el llanto. El día también lloraba acompañando
el sentimiento de Susana. Aturdida por el impacto de la noticia sólo atinó a
aferrarse fuertemente de las manos de su marido y de su hijo y emprender una
marcha sin destino, para apagar la pena.
A su mente sacudida y confusa acudían recuerdos desordenados como una
catarata de piedras que lastimaban aún más su herido corazón : aquél primer día de
colegio, con su guardapolvos almidonado y su portafolios nuevo lleno de útiles
a estrenar entre los que figuraba la cajita de lápices que su padre le había
hecho en la carpintería; aquél vals de los 15 años cuando hermosamente vestida
él la condujo por la pista dando vueltas y vueltas borrachos de alegría; la
mudanza a una casa más amplia que él mismo se había encargado de refaccionar;
La huerta que cultivaba con tanto esmero con tomates, lechuga, perejil, hierbas aromáticas y árboles frutales; sus celos cuando ella se puso pintura en los ojos por
primera vez y él tuvo que aceptar que ya no era más su "piccina" sino una tierna
adolescente que le pedía permiso para ir a bailar en Carnavales.
Aún sonaba fuertemente aquél “Te quiero mucho, cuidá a mami” que se
deslizó entrecortado en la última comunicación telefónica un mes atrás. Queriendo
entender qué era ese monstruo despiadado llamado muerte, entró en un templo. Su
marido y su hijo la seguían en silencio.
Sus ojos penetrantes llenos de impotencia y angustia, se quedaron fijos
ante una imagen que no llegó a reconocer. Desde la profundidad infinita de su
pena surgió el “por qué?” desgarrador que no tuvo ni tiene respuesta y rompió a llorar desconsoladamente.
En complicidad con el momento, comenzó a oírse la melodía de la marcha
nupcial que estaba ensayando el organista en el coro. Se sobresaltó. Recordó
cuando su padre la condujo al altar en su casamiento.
Salieron de allí emprendiendo el camino de retorno cuando de pronto un abuelo tierno que
casi no podía desplazarse, le pidió que lo ayudara a cruzar la calle. Al
despedirse el anciano le dijo: "Gracias señora, usted me recuerda mucho a mi
hija quien desde el cielo siempre me cuida. Fíjese no estoy triste.
Generalmente uno espera morirse antes que los hijos, pero en mi caso no fue
así. No obstante, el vínculo que me une con ella es aún más fuerte ahora. Adiós
y que Dios la Bendiga".
Quedó perpleja, sin palabras, el enojo y la amargura que produce luchar
contra lo irreversible se disipó y sintió la presencia de su padre más fuerte
que antes. Su esposo e hijo que habían presenciado la escena miraron hacia
arriba y guiñaron los ojos.
Empezaba para ellos un nuevo tiempo de milagros. El río al costado había
oído la súplica en el templo: “lleváte pronto este llanto lejos y
dame un signo de que mi padre conmigo está”.
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