Surgió imprevistamente la idea de visitar la Abadía Benedictina
de Los Toldos, en la
Provincia de Buenos Aires. Nos decidimos sin dudar los cuatro
amigos y emprendimos el camino en la mañana del 7 de febrero.
Teníamos una necesidad imperiosa de orar y dejar a los
pies de San Benito y de la Virgen Negra,
nuestras inquietudes para que las transmitieran al Señor de lo Imposible.
Llegamos cerca del mediodía a este lugar santo en el cual
Dios nos dio la bienvenida cordial saludándonos con flores y plantas bellísimas
a nuestro paso cansado.
El día caluroso presagiaba sin embargo una estadía plena
de regalos de la Divina Providencia.
Durante el almuerzo nos encontramos con personas encantadoras con quienes
compartimos relatos, saludos y exquisita comida.
La sala nos acogió con una suave brisa ingresando libre y
fresca por los ventanales bien orientados hacia el parque. En ella tuvimos
reuniones en las que quisimos arreglar el mundo, la comunidad y nuestras
propias vidas, todo así de prisa, pues estaríamos muy poco tiempo. En seguida
nos dimos que cuenta que era el Señor quien nos iba descargando las mochilas
pesadas de nuestros hombros: las preocupaciones, los miedos y dolores.
Las celebraciones litúrgicas compartidas con la hermosa
comunidad de monjes durante todo el día nos dejaron impregnados del Espíritu
Santo que no nos abandonó ni un instante en nuestras charlas, inspirando cada
frase, cada idea, cada gesto y cada decisión.
Descansamos plácidamente en las cómodas habitaciones muy bien equipadas para los rigores del clima. La vista desde mi ventana me hablaba de un cielo siempre estrellado que me había desacostumbrado a disfrutar en la ciudad. El silencio nocturno de los pájaros invitaba a la lectura y al descanso profundo y verdaderamente reparador.
En la bellísima Capilla, la Eucaristía diaria, los tiempos de silencio y quietud frente al Santísimo Sacramento, el rezo del Santo Rosario a la Virgen Negra y las secretas confidencias de cada momento a San Benito, nos llenaron de alegría pues nuestra hambre fue hartamente saciada.
La visita al Museo, la Librería, la Quesería, el Cementerio, el corral de vacas y los
tambos nos hablaban de una labor sencilla pero firme por parte de estos seres
de Dios, los monjes, que supieron encontrarse con El en la oración para
llevarlo luego a todos sus quehaceres cotidianos. Así cuando comíamos el queso,
o leíamos un libro en la
Biblioteca, o disfrutábamos el parque cuidadosamente
mantenido, nos nutríamos de ese amor puest0 en cada una de esas tareas.
Las vocaciones monásticas son las columnas orantes que
sostienen el mundo en que vivimos. Llegue hasta Ti Señor, mi oración y Acción
de Gracias a Ti por cada uno de ellos. Quisiera nombrarlos a todos, pero aún no
aprendí sus nombres. Gracias Señor por el Padre Abad Enrique, el Padre Juan
Carlos, el Padre Max, el Padre Roberto,
el Padre Pedro, el Padre Mamerto, el Padre Héctor y demás sacerdotes, por los
Hermanos, los Novicios, postulantes y aspirantes.
Toda vez que visito uno de estos sitios santos no sólo
vuelvo renovada a la ciudad, sino que entiendo un poco más que gracias a la Misericordia de
Nuestro Señor, estos seres han dado su vida por El, respondiendo tan
generosamente a Su llamado para el bien de todos nosotros.
Gracias a todos. Me encomiendo humildemente a vuestra
oración.
Guauuu. Como anhelo pasar unos días en un sitio así...
ResponderEliminarUn abrazo
Cuando estés por Buenos Aires, gustosamente te llevaré Angelo!!! Muchos saludos y bendiciones!!!
ResponderEliminarque lugar bellisimo...!
ResponderEliminarSí es muy lindo Ricardo. Gracias por tu comentario.
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