LA BUSQUEDA HACIA LO ALTO
Gentileza blog Hesiquía
Esta
es la respuesta de uno de los hermanos de Hesiquía blog para la hermana
Sole, sobre un comentario que ésta nos hizo llegar:
«Suelo orar con frecuencia repitiendo el nombre de Jesús, o la expresión: “Señor Jesús, ten misericordia de mí” A
veces me sorprendo haciéndolo distraída y monótonamente. Intento volver
a la Presencia pero me ronda el temor de hacer de esta oración un rito
mágico y querer conseguir con ella una paz o una serenidad que tienen
que ver más con el bienestar personal que con la gratuidad o el amor
sincero. Tengo el peligro de mirarme más a mí que a Él. ¿Cómo salir de
mí misma?».
Querida
hermana, le saludo invocando a Jesucristo. Gracias por su comentario que
nos brinda la oportunidad de comentar sobre la oración de Jesús y
algunas particularidades.
Lo que
usted describe parece ser la experiencia a la que todos llegamos cuando
hacemos alguna introspección. Descubrimos lo que ocurre en nuestra
mente, advertimos posibles motivaciones, nos encontramos con aquello que
siempre busca saciedad y beneficio.
La
presencia de eso, que suele llamarse “ego”, detrás de nuestras
actividades es algo propio de la existencia humana y su condición
actual. Usted dice: “Intento volver a la Presencia pero me ronda el
temor de hacer de esta oración un rito mágico y querer conseguir con
ella una paz o una serenidad que tienen que ver más con el bienestar
personal que con la gratuidad o el amor sincero”.
Pues bien,
difícilmente encontremos actos propios que sean desinteresados,
gratuitos y propios del amor sincero. Por lo general, todo lo que
hacemos va mezclado de nuestros propios intereses, incluso aquellos que
se dirían más abnegados. Forma parte de nuestra estructura humana
actual, esto de buscar para nosotros un bienestar, sea que lo persigamos
a través de una apetitosa comida, del reconocimiento social, de la
construcción de una casa para vivir o incluso de la oración y la
devoción hacia Dios.
En la
oración, acto de entrega y confianza, conviene dejar estas y otras cosas
en manos de Jesús, de Aquél a quién se invoca. De otro modo, nuestra
misma inquietud por la perfección en la oración, podría desviar nuestra
mirada del objeto de nuestra invocación. La oración misma irá depurando
nuestra mente y a sus motivaciones inherentes.
En nuestra
experiencia, la oración de Jesús hecha con unción, brinda paz y
serenidad al alma, ayuda a situarse en una confiada entrega. Nuestras
oraciones forman parte de la búsqueda y del anhelo del encuentro con
Dios, incluso cuando la hacemos distraídamente. A pesar de que a veces
busquemos una solución “mágica” para nuestras desventuras. Nuestra
oración siempre será imperfecta, casi siempre nos miraremos más a
nosotros que a Él, el portador de la Presencia.
Sin
embargo, el valor de la oración no radica en las cualidades de quién la
ejecuta, sino en Aquél a quién ésta invoca. Aun cuando con frecuencia
nos encontremos mirándonos solo a nosotros mismos, aun cuando no podamos
olvidarnos de nosotros para sumergirnos en Dios, el acto mismo de
tender hacia Él, basta. Esa imperfecta búsqueda hacia lo Alto, ese deseo
de amar más y mejor, son ya una forma de oración».
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