La mayoría de los psicólogos estarán de
acuerdo en que uno de los traumas más destructores que puedan existir en la
memoria es la rabia contenida y el negarse a perdonar. A causa de las primeras
heridas, la gente se niega a aceptar a
los demás y a aceptarse a sí mismos, terminando en un trastorno emocional. Con frecuencia la raíz del problema es
una negación inconsciente a amar y a perdonar a los padres.
Y esto hace difícil
amar y perdonar a cualquier otra persona: porque estamos proyectando siempre
las imágenes parentales sobre las personas con quienes tratamos. Uno puede
conseguir perdonar en la mente consciente (y esto basta para salvarse) pero el
inconsciente remolonea detrás, haciendo nuestro amor mucho menos humano.
Ya hemos dicho que por medio de la
meditación se nos abre un nivel más profundo de conocimiento, con sólo estar
presentes, el amor y la fe pueden penetrar más profundamente en las cavernas
más profundas de la conciencia y en niveles más sutiles del espíritu,
permitiéndonos amar y perdonar con una totalidad que hasta ahora era
impensable.
Llegados a los centros más profundos, podemos traspasar las
proyecciones parentales, los miedos infantiles y otras obstrucciones, para
encontrar a la persona del otro. Cuando esto se consigue y se perdona desde el
fondo del propio ser, tiene lugar una
iluminación en un momento de total reconciliación con el universo.
Las barreras
caen al suelo; no se rechaza a nada
ni a nadie; todo es uno. Cuando uno perdona se da cuenta que es perdonado, deja
de odiarse (el odio a sí mismo es la fuente de cualquier otro odio) y se cura
por el hecho mismo de amar.
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