Una vez un monje benedictino me dijo: de lo que pasó antes de nacer y de lo que va a pasar después de vivir, es decir, una vez que hayamos muerto, no sabemos nada.
En la tradición cristiana, para referirse tanto a la vida como a la muerte, podemos hablar con metáforas mitológicas. “La Biblia nos ofrece muchas metáforas con el fin de dejar abierta la perspectiva ante lo que, en definitiva, es inexplicable”. (Joseph Ratzinger “Escatología, Muerte y vida eterna”).
Las imágenes bíblicas quieren invitarnos a manejar el miedo a la muerte a fin de que no seamos controlados por este miedo. No podemos discutir sobre metáforas, no se trata de tener razón, sino de estar dispuestos a dejarnos guiar por ellas hacia las intuiciones de nuestra alma y así estas imágenes nos ayudarán a transformar el miedo en esperanza y serenidad.
Todas las filosofías comienzan con la pregunta acerca de la muerte y muchos filósofos están convencidos de que la causa primitiva del miedo del ser humano es siempre el miedo a la muerte. Todos y cada uno de nosotros nos confrontaremos en algún momento con este temor. No tiene sentido reprimir este miedo primitivo, simplemente DEBEMOS APRENDER A RELACIONARNOS CON EL.
No se trata de superarlo absolutamente, pues es prácticamente imposible ya que éste forma parte de nuestra condición humana. Pero podemos aprender a vivir con él. Esto lo lograremos siempre y cuando nos preguntemos si con la muerte realmente todo pasa, todo se termina o en verdad se trata de un paso hacia una nueva forma de “vivir” o “existir”.
Una de las causas del miedo a la muerte es
la visión personal de no haber vivido bien, de haber vivido tal vez una vida
exitosa pero interiormente pobre. La tragedia de la muerte radica entonces para
muchos, en que ya no pueden corregir su vida, ya no pueden vivir de forma
diferente a como han vivido. La muerte siempre confronta con la verdadera
verdad de cada uno y eso provoca miedo. Se le teme a la muerte cuando no se acepta
la vida.
Es importante tener también en cuenta que una gran parte de las psicopatologías humanas provienen del miedo a la muerte. A veces se disfraza de otra cosa. Por ejemplo: personas que pasan todo el día frente al televisor porque se sienten de esa forma vivos. Aquéllos adictos que lo único que buscan en sus adicciones es suavizar su miedo a la muerte y paradójicamente muchas veces se la causan.
Ahora bien, ¿cómo podemos relacionarnos correctamente con este temor? En primer lugar es importante diferenciar y saber con claridad a qué le tenemos miedo en realidad. Muchas veces, las madres temen morir pues dejarían abandonados a sus hijos en caso de una muerte temprana. Tanto los hombres como las mujeres tienen miedo de que sus parejas mueran antes que ellos y encontrarse solos y tener que depender de sí mismos.
Otros temen por los dolores vinculados con la muerte. Algunos también temen el propio desamparo. A otros los atemoriza imaginar que en la muerte se tendrán que enfrentar con Dios y su propia verdad. A otros los atormenta la idea del infierno eterno.
El primer paso sería tomar contacto con el miedo a la muerte y “conversar” con él para ver con mayor precisión frente a qué tenemos miedo. El segundo paso consistiría en dejarse conducir hacia Dios en virtud de ese temor. Admitimos, los creyentes, que tenemos miedo a la muerte, pero este mismo miedo nos lleva a recordar que, en la muerte, caeremos en las manos de Dios, que nos entregaremos a su amor.
Sin embargo, debemos destacar también que este miedo puede ser absolutamente irracional, apareciendo de lo profundo del inconsciente sin que la fe pueda liberarnos ni ayudarnos.
En un encuentro anterior, ya hemos tratado algo de esto. En estos casos extremos, se trataría de un estado de angustia extrema, hoy en día conocida con la palabra “pánico”. Como ejemplo les voy a contar el caso de una mujer que de chiquita había sido atropellada por un camión mientras paseaba en bicicleta. Elaboró bien el accidente y el trauma durante su juventud, pero a los 40 años desarrolló un temor paralizante a tener otro accidente, por lo cual se negaba a salir de su casa y se aislaba cada vez más, construyendo su propia prisión. Se sentía totalmente impotente frente a ese temor. Era una mujer de fe, rezaba y meditaba con frecuencia pero esto no podía librarla de su miedo. El consejo de su acompañante espiritual fue que repitiera:
“Sí, voy a morir ahora o más tarde, no lo sé. Acepto la finitud de mi vida. Convencida estoy de que en la muerte iré con Dios, pero ahora estoy viva y quiero vivir conscientemente este momento, frente a Dios y en Dios”.
Así dejó de luchar contra el miedo, el que se transformó en su acompañante en el camino hacia Dios. Le costó, pero paulatinamente su miedo se fue debilitando y luego de un tiempo éste, perdió su carácter atormentador y aplastante. En este caso vemos que el enfrentarnos con el miedo y relacionarnos con él, puede ser otro camino para superarlo.
También podemos tener una mirada compasiva hacia nuestros miedos cuando meditamos. Visualizarnos con ese temor y abrazarnos con ternura. Sentir el abrazo del Señor y la protección de Su Madre, Nuestra Madre, en esos momentos.
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