Hoy se festejaron los 60 años de la bendición del Santuario de Schönstatt de Florencio Varela por el Padre José Kentenich.
Se vivió un clima tan especial. La organización del evento se puede calificar de Excelente 10.
La Misa concelebrada con los sacerdotes schönstattianos y varios sacerdotes invitados fue adornada con el canto coral de las Hermanas de María acompañadas por una flauta traversa, un oboe y un teclado.
Visitar el Santuario es entrar al Paraíso. El contraste cuando se sale de allí al mundo exterior es violento: la gente nerviosa por las calles, en el barrio, en las casas. ¡Cuánta falta hace María en los hogares! ¡Cuánto falta la experiencia de un Jesús Vivo en el corazón de los seres humanos!
Se vivió un clima tan especial. La organización del evento se puede calificar de Excelente 10.
La Misa concelebrada con los sacerdotes schönstattianos y varios sacerdotes invitados fue adornada con el canto coral de las Hermanas de María acompañadas por una flauta traversa, un oboe y un teclado.
Visitar el Santuario es entrar al Paraíso. El contraste cuando se sale de allí al mundo exterior es violento: la gente nerviosa por las calles, en el barrio, en las casas. ¡Cuánta falta hace María en los hogares! ¡Cuánto falta la experiencia de un Jesús Vivo en el corazón de los seres humanos!
El Padre José Kentenich sufrió dos grandes pruebas en su vida de Fundador. Primero el Nazismo, lo confinó tres años y medio en el campo de concentración de Dachau.
Fue detenido por la Gestapo en septiembre de 1941 y pudiendo evitar esa detención, la aceptó como Sacrificio en pro del Movimiento, fue enviado al campo de concentración de Dachau, donde permaneció hasta el 6 abril de 1945. Allí consolidó su Obra y le dio alcances internacionales.
La segunda gran prueba vino de parte de la misma Iglesia, a partir de 1949. El Santo Oficio lo separó de su Obra y lo relegó por catorce años a Milwaukee, en Estados Unidos. Esto no debe extrañarnos si consideramos la suerte de los fundadores a lo largo de la historia de la Iglesia. Son pruebas que Dios permite a fin de purificar la fe y la entrega de sus instrumentos y hacerlos fecundos en el orden de la gracia, que brota de la cruz.
La rehabilitación se produjo al término del Concilio Vaticano II, la nueva visión de la Iglesia permitió reconsiderar su caso y restituirlo a la Familia de Schoenstatt. En 1965, Pablo VI le otorga plena libertad y, más tarde, Juan Pablo II destaca su personalidad dentro de la Iglesia y avala plenamente su carisma como fundador del Movimiento de Schoenstatt.
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