Ser uno conmigo mismo significa estar de acuerdo con mi vida, estar reconciliado con mi pasado y con las heridas que me infligió.
También significa estar de acuerdo con lo que Dios me pide en mi trabajo,
En la comunidad en la que estoy,
estar de acuerdo conmigo mismo.
En esta experiencia de la unidad y del estar de acuerdo logro, de pronto, aquello que he anhelado: por fin aceptarme a mí mismo, decirme sí a mí mismo y a mi vida entera.
Pero este logro no es el resultado de mi propio esfuerzo, sino de la experiencia de la unidad con Dios que Jesús me ha prometido en sus sermones de despedida.
No logro aceptarme a mí mismo en forma automática, aún cuando me lo propongo muy frecuentemente. Para ello necesito una experiencia que me supere. Cuando todo lo que me sucede y todo lo que me enoja de mí mismo, es uno con Dios y cuando en la meditación experimento esta unidad con Dios, entonces todo lo que hay en mí está también inmerso en Dios; entonces, desde Dios, puedo ser uno conmigo mismo, puedo aceptarme como soy y reconciliarme con mis debilidades.
Esta unidad conmigo y con Dios, me conduce a la experiencia de la unidad con los demás y hacia la solidaridad con la humanidad entera.
En Dios seremos uno pero con las preocupaciones y necesidades de todo el prójimo.
Pero en esta profunda unidad con Dios, las aflicciones que me ocasionen los demás no perturbarán mi paz interior.
Nuestros prójimos difíciles, cargados con su propia insatisfacción y con sus agresiones, no nos inquietarán en lo más íntimo de nuestro ser. Tampoco necesitaremos aislarnos para protegernos de ellos. En el auténtico silencio ante Dios, podremos sentirnos uno con ellos, sin que nos desgarremos a causa de su descontento porque somos uno con ellos en Dios, somos uno con las personas en un plano más profundo que el plano de los sentimientos.
No hay comentarios :
Publicar un comentario