A partir de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II se eliminaron algunos textos demasiado sombríos como “La ira de Dios”, etc. El punto es ¿cómo deberíamos entender hoy la imagen del juicio? En primer lugar el juicio es una respuesta a las experiencias de sufrimiento e injusticias que tenemos en este mundo de tal manera que podríamos decir que “por la dignidad del ser humano, por la dignidad destruida de las víctimas y por la justicia para que el victimario no salga de ello como si nada, ha de haber un juicio no sólo desde la perspectiva de Dios, sino también desde la perspectiva del ser humano”. Por lo tanto debemos entenderlo de la siguiente manera: Nadie puede llegar a Dios si ignora su propia verdad. Todos tendremos que rendir cuentas ante Dios, y esa verdad no será agradable: allí encontraremos nuestra cobardía interior, nuestras mentiras de vida, nuestra evasión de la verdad y todas las heridas que les hemos causado a otras personas y a nosotros mismos. Ante Dios nos adentraremos en lo profundo de nuestra alma para que la luz divina la pueda iluminar.
Leonardo Boff describe el juicio así: El difunto se encuentra con el Cristo cósmico resucitado que redimió la creación y siente su mano amorosa y sanadora. El ser humano contempla su misterio y el misterio de lo absoluto. Ahora caen todas las máscaras que han ocultado nuestra autenticidad. Las ideologías con las que hemos justificado nuestro comportamiento y el proyecto fundamental de nuestra vida se nos escapan. En ese instante se revelará cuán falsa es esa segunda naturaleza que ha sido esculpida por el pecado y que tan suavemente supo tranquilizar nuestra conciencia.
En este sentido el juicio significa que las
ilusiones en las que nos hemos escondido para eludir nuestra propia verdad, se
rompen; somos confrontados con esa verdad y sentiremos el dolor de haber optado
por el mal y de haber llegado a ser como somos.
Antiguamente se representaba el juicio como un Tribunal en el que San Miguel Arcángel sostiene una balanza en los que se pesan los actos buenos por un lado y los malos por otro. Esta imagen llevó a que algunas personas buscaran constantemente hacer buenas acciones durante toda su vida; pero a muchas otras o a éstas mismas les infundió sobre todo MIEDO .
Tenemos que entender que la verdadera
intención de estas imágenes del Juicio no pretenden causarnos temor, sino
llamarnos la atención sobre las consecuencias de nuestros malos actos. Vivimos
en presencia de Dios y ante Él debemos responder por nuestra vida. Por eso la
imagen del juicio nos invita a vivir como corresponde a nuestra esencia. Además
la imagen del juicio nos debe dar la esperanza de que toda la injusticia que
vemos será reparada. Se debe tratar esencialmente de una esperanza en la
salvación que no puede confundirse con la agresividad con la cual a veces los
cristianos describen el juicio. En la idea que algunos cristianos tienen del
juicio, se confunden sus propios sentimientos de venganza. Tenemos que tener,
por el contrario, la esperanza de que el infierno esté vacío. A muchos esto los
enfurece pues con sus tenebrosas representaciones del juicio –de los demás y no
de sí mismos- quieren vengarse de toda la amargura que han acumulado durante su
vida como consecuencia de ciertas experiencias que han tenido con otros.
El gran teólogo Hans Urs von Baltasar a quien con toda seguridad no se lo puede acusar de modernismo ni de adaptación a las corrientes de la época, también dijo que la esperanza es algo distinto del conocimiento y agregó: tenemos que contar con el infierno, pero nos está permitido esperar que esté vacío. Las personas que esperan que los que les han hecho daño se tienen que pudrir eternamente en el infierno, tienen una interpretación tergiversada del juicio y de Dios.
Juicio significa estar orientados hacia
Dios. Somos como somos, no completamente buenos. Padecemos debilidades y
cometemos errores TODOS, no los demás solamente. El juicio revelará quiénes
somos y esto será, sin dudas, doloroso. Pero SIEMPRE tenemos que tener en claro
que la META FINAL
DEL JUICIO ES SIEMPRE ORIENTARNOS HACIA DIOS.
Cuando todo lo que hay en nosotros, incluso
lo malo, sea orientado hacia Dios, entonces podremos enderezarnos y llegar
erguidos a la Vida Eterna.
Pero el camino hacia allá pasa a través del juicio, sin juicio, no se puede
establecer la justicia. En él lo malo sale a relucir Y SE RESUELVE.
Y se nos exigirá satisfacción, reparación,
resarcimiento, penitencia, cualquier palabra que esté a nuestra disposición
para designar el proceso en el que los victimarios se darán cuenta de lo que
han hecho y el dolor por lo que han hecho, se apoderará profundamente de ellos,
tan profundamente y con una intensidad tan infinita como el sufrimiento que han
causado. Todo dependerá de que los victimarios se entreguen a este
encuentro y no se cierren a él. Tendrán
libre elección de optar por Cristo o no.
Por lo tanto quiero que se entienda que la meta del juicio es la salvación del pecador; pero ésta SOLO ES POSIBLE A TRAVES DEL DOLOR DEL ARREPENTIMIENTO. Los victimarios se encontrarán con sus víctimas y verán el sufrimiento que les han causado. Pero también se encontrarán con Dios, quien, en Jesús, ha sufrido en la cruz. El teólogo Ottmar Fuchs dice lo siguiente:
“El juicio final no es un castigo, sino una
gracia. Para los pecadores es la gracia de que en adelante, vivirán en una
libertad que ya no estará limitada por nada terrenal, tendrán la posibilidad de
arrepentirse por sus acciones y de participar en el acontecimiento de
reconciliación y de amor con los demás y con Dios”. Pero los victimarios
deberán creer y aceptar esa gracia. Quien no confía en que Cristo puede darle
la gracia, se excluye a sí mismo de esa gracia; queda para siempre rechazado y
estárá en lo que la teología llama “infierno”. Juan Pablo II lo definió como un
“estado de ser en el que el ser humano le da la espalda a Dios eternamente”.
Por lo tanto, si en el juicio, ofrecemos nuestra verdad al amor y a la misericordia de Dios, entonces podemos tener la esperanza de que seremos orientados hacia El.
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