Reconocer la propia sombra (partes mal amadas de la persona, que ha reprimido en el inconciente y proyectado en otros) es el primer paso hacia el descubrimiento de la totalidad del ser, pero no es cosa fácil para el ego estar enfrentado con su sombra. Todos sus esfuerzos hasta entonces han sido desplegados para asegurar su seguridad social y financiera, así como para el control y el dominio de los otros. El ego teme descubrirse vulnerable, desestabilizado e inclusive desequilibrado. Tiembla ante la perspectiva de tener que morir a sí mismo. El miedo y la ansiedad son el precio que el ego deberá pagar para aceptar el hacer frente a su sombra, a la miseria que se ha esforzado por ocultar. Por eso los que tienen una falsa concepción de la autoestima del sí, que la ven como una seguridad a toda prueba, percibirán la sombra como una amenaza para el yo. Pero para los que comprenden la necesidad de reconciliarse con su sombra, el miedo momentáneo que experimentan ante ella se transforma en alegría al ver aumentar su estima de sí mismos.
El ego debe aceptar, tarde o temprano, sentirse atascado entre su persona: su fachada social, y su sombra, entre los pedidos del exterior y los del interior. Si logra hacer emerger ambos y tolerar la tensión interior que resulte, el Sí (según Carl Jung es también el alma humana habitada por lo divino) acudirá entonces en su ayuda, ofreciéndole una suerte de "resurrección". La intervención del Sí tomará la forma de un símbolo integrador que permitirá conciliar los requerimientos de la persona con los de la sombra. Tal conciliación marca el comienzo de un proceso por el cual la persona adquiere una personalidad única, completa e independiente de las influencias sociales y tiránicas. Esta persona adquiere una mayor madurez, es más "ella misma" y más capaz de utilizar correctamente sus recursos y resolver sus conflictos. El Sí le facilita una armonía y una paz inestimables.
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