sábado, 9 de julio de 2011

ESPUMA - UN CUENTO FANTASTICO

Les comparto otro trabajo mío para el Taller Literario.

Apenas se divisaba su silueta en la tarde que caía. El mar acompañaba sus relinchos como llamándolo. Apareció así de golpe. Ignoraba de dónde. Lucía agitado y con el cuerpo brillando al trasluz del sol que se ocultaba. Estaba mojado, elegante, todo blanco, tratando sin éxito de horadar, con su mano derecha, la roca sobre la cual se erguía. Le silbé y movió ambas orejas separadas por un mechón que casi le tapaba sus ojos vivos e inquietos. Traté de no asustarlo. “¡Un hermoso corcel blanco!” me dije sorprendida. Me encontraba a unos cincuenta metros de él en la playa que ya me disponía a abandonar pues una brisa fresca soplaba con insistencia desde el sur. Dejé mi libro sobre la silla. “¡Es tan lindo!” pensé mientras me acercaba lentamente hacia él. Curiosamente no se espantaba. Estaba como esperándome. “¡Espuma, sí Espuma es su nombre!” me repetía a mí misma como tratando de convencerme de tener el derecho de bautizarlo como si fuera su dueña.

Me permitió acercarme a unos metros de distancia, lo suficiente como para poder apreciar su hermosura, su talla, sus crines y su larguísima cola. Muy lentamente se bajó del peñasco y se acercó a mí. No me temía. Se dejó acariciar mientras sacudía su cabeza como diciendo “Sí, eso es lo que quiero”. Nos fuimos de caminata por la playa. Ya no me importaba el frío ni la cercanía de la noche. Le pregunté si tenía dueño, de dónde venía. Parecía contestarme con sus gestos por lo bajo. De vez en cuando me daba vuelta como esperando encontrarme con alguien que lo reclamara. Le dije “Qué bello eres Espuma y volví a preguntarle “¿Estás perdido?” Cuando intenté posesionarme de él se alejó raudamente como diciendo “No quieras poseerme. Ese es el trato”. Le dije “No te inquietes. Te dejaré libre, a tu suerte, como te encontré” y como entendiendo, se acercó de nuevo a mí. Seguimos caminando bajo un techo de estrechas incontables y una luna gigante que lo iluminaba todo.

Me dejó subirme a él y me condujo por parajes lejanos que no conocía: una vieja capilla solitaria ante la cual se detuvo con reverencia, castillos de arena semi-deshechos que se perdían entre las olas. Ante mi sorpresa volvió sobre sus pasos regresando, dejándome nuevamente en la playa junto a mi silla en la que mi libro luchaba por sobrevivir a los embates del viento.

Volví mi espalda a él para recoger mis cosas y cuando me di vuelta ya no estaba. Me desesperé. Lo busqué en la roca, detrás de los médanos. Corrí llamándolo “Espuma!!! Espuma!!!” y recordé sus palabras “¡¡¡Acuérdate del trato, no quieras poseerme!!!” “¡De acuerdo Espuma!” le grité como si me escuchara, “¡¡¡Pero déjame al menos despedirme!!!” continué. Al instante, me tocó la espalda con su cabeza como empujándome, aunque suavemente. Reconocí su calor, sus gestos, su leve protesta. Allí estaba de nuevo. En sus relinchos se entendió “Adiós” y se fue así, tan velozmente como había aparecido, dirigiéndose hacia el mar como si fuera su hogar. Las olas lo abrazaban sin dañarlo. De pronto, su imagen se estampó en la luna como queriendo perpetuarse en mi recuerdo para siempre. ¡Cuánta magia!

Desde entonces, toda vez que la espuma del mar me acaricia, oigo sus relinchos y su rumor juguetón. Y cada noche de luna, su estampa se graba una vez más en mi retina. Ya nadie podrá separarnos. Estás permanentemente en mí como yo en ti. Esa es la magia del desasimiento. Nuestra amistad no depende del espacio ni del tiempo, tan sólo de nosotros dos que somos eternos."

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