jueves, 21 de julio de 2011

MISTICA Y MORAL

Para vivir una vida que no esté dominada por el deseo de sentirse importante, sino anclada firmemente en el conocimiento del primer amor de Dios, tenemos que ser místicos. Místico es una persona cuya identidad está profundamente enraizada en el amor primero de Dios.

Si hay algún eje central que vaya a necesitar el líder cristiano del día de mañana, es el de vivir constantemente en la presencia del Uno que no deja de preguntarnos: “¿Me amas?” “¿Me amas?” “¿Me amas?”. Es la práctica de la oración contemplativa. Por medio de esta oración, podemos evitar sentirnos arrastrados de un asunto urgente a otro y ser unos extraños a nuestro propio corazón y al de Dios. La oración contemplativa nos hace sentirnos, constantemente, como en casa, enraizados y a salvo, incluso hasta cuando estamos de camino de un sitio a otro y, a menudo, rodeados por sonidos de violencia y de guerra. La oración contemplativa nos ayuda a profundizar en el conocimiento de que ya somos libres, de que hemos encontrado un lugar en el que permanecer, de que ya pertenecemos a Dios, incluso cuando todo y todos a nuestro alrededor parecen sugerirnos lo contrario.

A los sacerdotes y a cuantos se dediquen al servicio ministerial en el futuro no les bastará con ser personas honradas, bien preparadas, deseosas de ayudar a sus hermanos, los hombres, y capaces de responder con creatividad a los problemas candentes de nuestro tiempo. Todo eso es muy valioso e importante, pero no es lo esencial del liderazgo cristiano. La pregunta central es: ¿los líderes del futuro son verdaderos hombres y mujeres de Dios, personas que experimentan el deseo ardiente de vivir en la presencia de Dios, de escuchar la voz de Dios, de mirar la belleza de Dios, de estar en contacto con la Palabra encarnada de Dios y de saborear plenamente la infinita bondad de Dios?

El sentido primero de la palabra “teología” es el de “unión con Dios en la oración”. Hoy, la teología se ha convertido en una materia académica más y, a menudo, los teólogos advierten que les es difícil orar. Pero para el futuro del liderazgo cristiano es de vital importancia el aspecto místico de la teología, de tal manera que cuanto se diga, todo consejo que se dé y toda estrategia que se desarrolle procedan de un corazón que conoce íntimamente a Dios. Tengo la impresión de que muchos de los debates internos de la Iglesia se plantean, en primer lugar, desde un punto de vista moral. Así, las diferentes partes discuten agriamente sobre si están bien o no. Pero esta discusión queda fuera de la experiencia del primer amor de Dios que subyace en toda relación humana. Palabras como de derecha, reaccionario, conservador, liberal y de izquierda, son usadas para juzgar las opiniones de las personas, y, así, muchas discusiones parecen más batallas políticas por el poder que una búsqueda espiritual de la verdad.

Los líderes cristianos no pueden ser simplemente personas con opiniones bien formadas sobre los problemas candentes de nuestro tiempo. Su liderazgo debe enraizarse en la amistad permanente, íntima, con la Palabra encarnada, Jesús, y necesitan encontrar ahí la fuente de sus palabras, consejos y orientaciones. Por medio de la práctica de la oración contemplativa, los líderes cristianos deben aprender a escuchar una y mil veces la voz del amor, a encontrar allí la fuente de la sabiduría y del valor para orientar cualquier problema que se les plantee. Tratar sobre problemas importantes sin estar enraizado en una profunda relación personal con Dios, conduce fácilmente a la división porque, antes de darnos cuenta, el ego se siente implicado en la opinión sobre cualquier tema. Pero cuando estamos firmemente arraigados en una intimidad personal con la fuente de la vida, podemos ser flexibles sin caer en el relativismo, firmes en nuestros planteamientos sin ser rígidos, espontáneos en el diálogo sin llegar a ser ofensivos, corteses y generosos a la hora del perdón sin ser excesivamente blandos, y verdaderos testigos sin convertirnos en manipuladores.

Para que el liderazgo cristiano sea verdaderamente fructífero en el futuro, se requiere un giro desde la moral a la mística.

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