jueves, 9 de junio de 2011

QUEDARSE EN EL PATIO



Otro escrito mío.

Aún vive la parra que el abuelo tanto cuidaba. Me gusta ver cómo los sarmientos caminan hacia la casa vecina cayendo elegantemente por la medianera abrazándolo todo a su paso. La parra no sabe de muros, la parra sabe de lazos que se tienden hacia los otros que esperan ansiosamente un gesto cálido de ternura y amistad. Pronto vendrá la poda que le dará nueva fuerza para el año entrante.

Las viejas macetas de la abuela en el patio grande de la casa antigua que nos vio crecer, aún sostienen las azaleas multicolor en este mes de mayo en el que conviven por momentos las 4 estaciones del año.

Todo invita a quedarse en el patio al abrigo de este sol que nos entibia el cuerpo y el alma.

Quedarse…,¡qué palabra hermosa!, para designar un momento de reflexión, de quietud, de observación atenta y placentera. Quedarse… para dejarse amar. El hombre no está hecho para la angustia, los sinsabores ni las penas.

Me quedo dejándome amar y acariciar por los recuerdos de mis padres que ya no están, de mi hermano que está muy lejos, de mis amigos con los que compartíamos tantas tardes de sobremesa de Domingo, luego del ritual del asado, las empanadas y el vino.

Los desgastados baldosones del patio me hablan de tiempo intensamente vivido, pero compartido. Aún resuenan en mis oídos mis carcajadas cuando era corrida por mi hermano regresando de la escuela y nos esperaba la leche con el pan con manteca y dulce. Me encantaba dar vueltas campana con mi portafolios, el cual ejercía no sé qué suerte de fuerza centrífuga convirtiéndome en un trompo o en un proyectil que iba a parar a las manos de Cuca mi vecina, para que no me estrellara contra la pared o el piso.

En la vieja pileta todavía reposa la tabla de lavar y un pan de jabón que hemos dejado allí a propósito, porque las almas viven en las cosas y nos hablan y acompañan a través de ellas. Veo a mi madre con su delantal salpicado de agua enjabonada, lavando a mano nuestros guardapolvos, luego almidonándolos y planchándolos. La veo preparar con esmero los guantes blancos, porque se avecinaba el 25 de Mayo y para el acto escolar, que era sagrado, había que estar de punta en blanco y bien abrigados, pues desde Marzo habían caído ya varias heladas que quedaban cristalizadas en el agua recogida en el tanque que almacenaba agua de lluvia.

Me quedo dejándome abrazar por la presencia amorosa de mis seres queridos que han partido, presentes, como dije, en cada cosa que tocaron y en cada grito de vida de las plantas que plantaron. No me hablen de muerte. No puede haber muerte para seres que han sabido vivir dando lo mejor de sí, sería un despropósito y un absurdo. Cuando contemplo la perfección del universo y lo que hay en nuestro mundo y fuera de él, admiro la obra del Hacedor. Todo me habla de Él, así como el órden me habla de un “Ordenador”. Y aunque el cosmos no es su voz, sino su música de fondo, exalta con descaro su grandeza.

Cuánto agradezco a mis padres por la vida, por su amor, por sus enseñanzas: desde lo simple, lo puro, lo noble y bello de sus propias vidas dibujando la mía. Y en esta amalgama de memorias entrelazadas como los sarmientos de la parra, me quedo dormida sintiendo que sus brazos me acunan y me abrigan, quedándose en el patio también ellos, como lo han estado siempre resucitados, junto a mí.

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