viernes, 17 de junio de 2011

SANTISIMA TRINIDAD



Los Padres de la Iglesia nos iluminan

Cuando tomamos la resolución de dar a conocer la divinidad -a la que los mismos seres celestiales no pueden adorar como se merece-, o de penetrar en los secretos de esta divinidad inmensa y del gobierno del universo, es como si nos embarcásemos en una diminuta balsa para hacer una larga travesía, o como si nos pertrechásemos de unas minúsculas alas con la intención de alcanzar el firmamento y sus astros...


Hay un solo Dios, sin principio, sin causa, que no puede ser limitado ni por cualquier otro anterior a él, ni por cualquier ser que venga después. Rodeado de eternidad, infinito, Padre excelente de un Hijo único, bueno, grande, a quien engendra sin que nada carnal tenga lugar, ya que él es espíritu. Dios único y otro, aunque no otro en su divinidad; tal es el Verbo de Dios. Él es la huella del Padre, el solo Hijo de aquel que no tiene principio, el único del único, su igual. Mientras el Padre permanece siendo Padre íntegro, él, el Hijo, es el autor y Señor del mundo, la fuerza y el pensamiento del Padre...


El tiempo existía antes que yo, pero no es anterior al Verbo, cuyo Padre está fuera del tiempo. Desde el momento en que existía el Padre sin principio, que no deja nada por encima de la divinidad, existía también el Hijo, que tiene por principio un Padre fuera del tiempo, como la luz del sol proviene del disco de este astro tan bello. No olvidemos, sin embargo, que todas las imágenes están por debajo de la grandeza de Dios... Como Dios y como Padre, el Padre es grande. Y si su grandeza consiste en no tener su adorable divinidad de ningún otro, no es menos glorioso para el Hijo venerable de un Padre tan grande, el tener un origen tal...


Estremezcámonos ante la grandeza del Espíritu que es igualmente Dios, y por quien yo he conocido a Dios. Él es manifiestamente Dios y hace nacer a Dios aquí abajo. Es todopoderoso, distribuye los diversos dones, inspira los cánticos del coro de los bienaventurados; da la vida a los seres celestiales y terrestres, se sienta en las alturas, viene del Padre; es la fuerza divina, actúa por iniciativa propia, no es Hijo -porque el Padre excelente no tiene sino un solo Hijo lleno de bondad-, pero no queda fuera de la divinidad invisible, disfrutando de igual gloria.



P Max Alexander

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