viernes, 3 de junio de 2011

NADA CAMBIA EN EL CORAZON



Les comparto otro escrito mío:


La vida transcurre vertiginosamente como los paisajes que observamos desde un tren en marcha. Un mar de experiencias guardadas en el baúl de los recuerdos nos acarician el alma pues en el fondo del ser hay quietud, hay silencio y paz. Todo ello presagia un aire de eternidad que se va tejiendo mientras vivimos.

No me asusta el paso del tiempo pues no hay vértigo en mi alma. Me alimento de todo aquello que necesita mi espíritu: familia, amigos, música, buenos libros, cuadros de artistas que supieron transmitir su vida a punta de pincel y pintura, con mensajes constructivos.

A través de mi ventana observo en la lejanía un bosque de pinos cuyo aroma me toca, traído por una suave brisa que sopla desde el este. Alguien transporta leña en un carro hacia una pequeña casita no muy lejana. Y pienso: ¿qué más hace falta? ¿por qué tanta guerra? ¿por qué tanta ambición? La naturaleza me habla de simpleza, sencillez y abundancia. El hombre, a veces, de codicia ilimitada.

Siento que es muy poco lo que puedo hacer, pero todo suma y trato de contagiar alegría a un mundo necesitado de paz, justicia y sabiduría las cuales no serían utopías si todos viviéramos desde ese espacio profundo interior en el que todo nos trasciende, desde ese nuestro verdadero ser que nada en un mar de amor, palabra que hoy tanto escandaliza porque se la asocia con un sentimiento azucarado y no con lo que en realidad significa: una OPCION POR EL BIEN con mayúsculas. Opción que hará posible esa justicia, esa paz, esa solidaridad y tantas otras verdades hoy tan poco cultivadas por un hombre que vive desde la sequía de su egoísmo e ignorancia. Y allí está la lluvia que él necesita, pero no la ve. Esa lluvia que empapa aquéllos seres que saben apreciar la bondad y la belleza de las cosas, ese agua que hace germinar en el hombre los mejores sentimientos reemplazando vicios por virtudes, ese agua que nos purifica y nos embellece: EL AMOR.

Todas las mañanas me levanto agradeciendo la vida y amándola. No tengo vergüenza de decir “te amo” muchas veces por día. A mi hijo le he enseñado a amar y a vivir desapegado, trascendiendo e integrando ese ego que todo lo ambiciona, todo lo esclaviza pretendiendo entorpecer el desarrollo espiritual y la felicidad del hombre.

Vivo disfrutando lo que tengo, sin cadenas. Con la gran libertad que da amar lo que se tiene, gozar con los que gozan, llorar con los que lloran. Saber acompañar, consolar, eso es dar lo mejor de mí y me lo ha enseñado esa opción que descubrí en el fondo de mi corazón en el que nada cambia, en el que todo permanece intacto, en el que habita mi ser real, fiel a la imagen que le dio la vida.

No hay comentarios :

Publicar un comentario