sábado, 9 de octubre de 2010

VIDA CON DIOS

P. I. Larrañaga

Vida con Dios implica compromisos concretos y exigentes en un largo proceso de transfiguración, proceso en el que el que ora va muriendo lentamente a aquellos rasgos negativos de personalidad que se oponen al espíritu del Señor y se va revistiendo de los modales y estilo de Jesús.

No nos hagamos ilusiones porque las ilusiones terminan en desilusiones. No existe conversión total, madurez total, equilibrio total. La vida entera es un proceso, un caminar en medio de muchos retrocesos, contramarchas, caídas y recaídas y no nos tenemos que asustar por esto. Las caídas no tienen importancia. Lo importante es levantarse después de cada caída y partir de nuevo. El camino de la santidad está lleno de caídas y fracasos. ¿Cambiar? No se puede cambiar. Los códigos genéticos nos acompañarán hasta la muerte. Se puede mejorar.

Cuando por las razones que sea abandonamos la vida de oración por un lapso de tiempo más o menos largo, ¡cómo nos renace el amor propio! ¡Cuánto nos cuesta perdonar! ¡De qué manera el disgusto más pequeño nos hace polvo! ¡Cómo por cualquier cosa nos ponemos impacientes, irascibles, agresivos, intolerantes, nerviosos!...

Sólo un Jesús vivo en el corazón es capaz de transformaciones extraordinarias. El hecho de que Jesús esté alerta y vivo en mi conciencia depende a su vez del grado de profundidad y frecuencia de mi trato personal con El, es decir, de los tiempos fuertes de oración (dos medias horas diarias y por lo menos un “desierto” al mes).

Ese Jesús con quien he tratado, baja conmigo a la lucha de la vida. Con El “a mi derecha” las dificultades se asumen con facilidad, las ofensas se perdonan sin dificultad, las repugnancias se aceptan con naturalidad, la amargura se transforma en dulzura, la irritabilidad en mansedumbre, cada superación es compensada con el regalo de la alegría, crece el amor, aumentan las ganas de estar con El y así entramos en un circuito vital en el que la vida adquiere sentido porque el Señor se convierte en recompensa y en El y con El las renuncias se transforman en liberación y las privaciones en plenitud.

El objetivo final de toda oración es la transfiguración del orante: la figura del hombre viejo tiene que eclipsarse ante el resplandor de la figura de Jesús.

Jesús resucitado alumbra con su resplandor el mundo desconocido del inconsciente. Hacemos lo que no queremos porque desde esas galerías inaccesibles y oscuras del inconsciente emergen los impulsos desconocidos que nos asaltan y dominan y nos obligan a actuar de la manera que no queremos.

Cuanto más humilde sea el orante y cuánto más vaya muriendo a sus lados negativos, ya no será el orante quien viva, sino Jesús: El será quien gobierne los territorios del orante. Si supiéramos tomar en serio al Señor, podríamos caminar por la vida de milagro en milagro.

Programa de santificación cristificante:

Ante cualquier circunstancia de mi vida diaria, preguntarme ¿qué haría Jesús en mi lugar? En síntesis este programa consiste entonces en sentir como Jesús sentía, pensar como Jesús pensaba, hablar como Jesús hablaba, amar como Jesús amaba, pisando siempre sus pisadas.

¿Qué tal si lo practicamos y en 2 ó 3 años hablamos?

Si quiero transformar el mundo, primero tengo que empezar por mí. Sólo se necesita decisión y disciplina y simplemente entregarse en manos de Jesús y de la Virgen quienes seguramente nos asistirán y guiarán en nuestro camino espiritual.

2 comentarios :

  1. Sólo cuándo se ha orado de verdad puede valorarse la importancia de la oración. Es ella la que poco a poco, día a día, nos va transformando y haciendo cada vez más semejantes a Jesús. Gracias por este texto. Un abrazo: Joan Josep

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  2. Gracias a tí Joan Josep!!! Es así como tú dices!
    La obra es de El exclusivamente. Nosotros solamente debemos prestarnos confiadamente a sus planes. Besos.

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